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Read Ebook: Vida De Lazarillo De Tormes Y De Sus Fortunas Y Adversidades by Anonymous

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Ebook has 326 lines and 21020 words, and 7 pages

"?Qu? es esto, Lazarillo?"

"?Lacerado de m?! -dije yo-. ?Si quer?is a m? ?char algo? ?Yo no vengo de traer el vino? Alguno estaba ah?, y por burlar har?a esto."

"No, no -dijo ?l-, que yo no he dejado el asador de la mano; no es posible "

Yo torn? a jurar y perjurar que estaba libre de aquel trueco y cambio; mas poco me aprovech?, pues a las astucias del maldito ciego nada se le escond?a. Levant?se y asi?me por la cabeza, y lleg?se a olerme; y como debi? sentir el huelgo, a uso de buen podenco, por mejor satisfacerse de la verdad, y con la gran agon?a que llevaba, asi?ndome con las manos, abr?ame la boca m?s de su derecho y desatentadamente met?a la nariz, la cual ?l ten?a luenga y afilada, y a aquella saz?n con el enojo se hab?an augmentado un palmo, con el pico de la cual me lleg? a la gulilla. Y con esto y con el gran miedo que ten?a, y con la brevedad del tiempo, la negra longaniza a?n no hab?a hecho asiento en el est?mago, y lo m?s principal, con el destiento de la cumplid?sima nariz medio cuasi ahog?ndome, todas estas cosas se juntaron y fueron causa que el hecho y golosina se manifestase y lo suyo fuese devuelto a su due?o: de manera que antes que el mal ciego sacase de mi boca su trompa, tal alteraci?n sinti? mi est?mago que le dio con el hurto en ella, de suerte que su nariz y la negra malmaxcada longaniza a un tiempo salieron de mi boca.

?Oh, gran Dios, qui?n estuviera aquella hora sepultado, que muerto ya lo estaba! Fue tal el coraje del perverso ciego que, si al ruido no acudieran, pienso no me dejara con la vida. Sac?ronme de entre sus manos, dej?ndoselas llenas de aquellos pocos cabellos que ten?a, ara?ada la cara y rascu?ado el pescuezo y la garganta; y esto bien lo merec?a, pues por su maldad me ven?an tantas persecuciones.

Contaba el mal ciego a todos cuantos all? se allegaban mis desastres, y d?bales cuenta una y otra vez, as? de la del jarro como de la del racimo, y agora de lo presente. Era la risa de todos tan grande que toda la gente que por la calle pasaba entraba a ver la fiesta; mas con tanta gracia y donaire recontaba el ciego mis haza?as que, aunque yo estaba tan maltratado y llorando, me parec?a que hac?a sinjusticia en no se las re?r.

Y en cuanto esto pasaba, a la memoria me vino una cobard?a y flojedad que hice, por que me maldec?a, y fue no dejalle sin narices, pues tan buen tiempo tuve para ello que la meitad del camino estaba andado; que con s?lo apretar los dientes se me quedaran en casa, y con ser de aquel malvado, por ventura lo retuviera mejor mi est?mago que retuvo la longaniza, y no pareciendo ellas pudiera negar la demanda. Pluguiera a Dios que lo hubiera hecho, que eso fuera as? que as?. Hici?ronnos amigos la mesonera y los que all? estaban, y con el vino que para beber le hab?a tra?do, lav?ronme la cara y la garganta, sobre lo cual discantaba el mal ciego donaires, diciendo:

"Por verdad, m?s vino me gasta este mozo en lavatorios al cabo del a?o que yo bebo en dos. A lo menos, L?zaro, eres en m?s cargo al vino que a tu padre, porque ?l una vez te engendr?, mas el vino mil te ha dado la vida."

Y luego contaba cu?ntas veces me hab?a descalabrado y harpado la cara, y con vino luego sanaba.

"Yo te digo -dijo- que si un hombre en el mundo ha de ser bienaventurado con vino, que ser?s t?."

Visto esto y las malas burlas que el ciego burlaba de m?, determin? de todo en todo dejalle, y como lo tra?a pensado y lo ten?a en voluntad, con este postrer juego que me hizo afirm?lo m?s. Y fue ans?, que luego otro d?a salimos por la villa a pedir limosna, y hab?a llovido mucho la noche antes; y porque el d?a tambi?n llov?a, y andaba rezando debajo de unos portales que en aquel pueblo hab?a, donde no nos mojamos; mas como la noche se ven?a y el llover no cesaba, dij?me el ciego:

"L?zaro, esta agua es muy porfiada, y cuanto la noche m?s cierra, m?s recia. Acoj?monos a la posada con tiempo."

Para ir all?, hab?amos de pasar un arroyo que con la mucha agua iba grande. Yo le dije:

"T?o, el arroyo va muy ancho; mas si quer?is, yo veo por donde travesemos m?s a?na sin nos mojar, porque se estrecha all? mucho, y saltando pasaremos a pie enjuto."

Pareci?le buen consejo y dijo:

"Discreto eres; por esto te quiero bien. Ll?vame a ese lugar donde el arroyo se ensangosta, que agora es invierno y sabe mal el agua, y m?s llevar los pies mojados."

Yo, que vi el aparejo a mi deseo, saqu?le debajo de los portales, y llev?lo derecho de un pilar o poste de piedra que en la plaza estaba, sobre la cual y sobre otros cargaban saledizos de aquellas casas, y d?gole:

"Tio, ?ste es el paso m?s angosto que en el arroyo hay."

Como llov?a recio, y el triste se mojaba, y con la priesa que llev?bamos de salir del agua que encima de nos ca?a, y lo m?s principal, porque Dios le ceg? aquella hora el entendimiento , crey?se de m? y dijo:

"Ponme bien derecho, y salta t? el arroyo."

Yo le puse bien derecho enfrente del pilar, y doy un salto y p?ngome detr?s del poste como quien espera tope de toro, y d?jele:

"?Sus! Salt? todo lo que pod?is, porque deis deste cabo del agua."

Aun apenas lo hab?a acabado de decir cuando se abalanza el pobre ciego como cabr?n, y de toda su fuerza arremete, tomando un paso atr?s de la corrida para hacer mayor salto, y da con la cabeza en el poste, que son? tan recio como si diera con una gran calabaza, y cay? luego para atr?s, medio muerto y hendida la cabeza.

"?C?mo, y olistes la longaniza y no el poste? ?Ol?! ?Ol?! -le dije yo.

Y dej?le en poder de mucha gente que lo hab?a ido a socorrer, y tom? la puerta de la villa en los pies de un trote, y antes que la noche viniese di conmigo en Torrijos. No supe m?s lo que Dios d?l hizo, ni cur? de lo saber.

Tratado Segundo

C?mo L?zaro se asent? con un cl?rigo, y de las cosas que con ?l pas?

Otro d?a, no pareci?ndome estar all? seguro, fuime a un lugar que llaman Maqueda, adonde me toparon mis pecados con un cl?rigo que, llegando a pedir limosna, me pregunt? si sab?a ayudar a misa. Yo dije que s?, como era verdad; que, aunque maltratado, mil cosas buenas me mostr? el pecador del ciego, y una dellas fue ?sta. Finalmente, el cl?rigo me recibi? por suyo. Escap? del trueno y di en el rel?mpago, porque era el ciego para con ?ste un Alejandro Magno, con ser la mesma avaricia, como he contado. No digo m?s sino que toda la laceria del mundo estaba encerrada en ?ste. No s? si de su cosecha era, o lo hab?a anexado con el h?bito de clerec?a.

?l ten?a un arcaz viejo y cerrado con su llave, la cual tra?a atada con un agujeta del paletoque, y en viniendo el bodigo de la iglesia, por su mano era luego all? lanzado, y tornada a cerrar el arca. Y en toda la casa no hab?a ninguna cosa de comer, como suele estar en otras: alg?n tocino colgado al humero, alg?n queso puesto en alguna tabla o en el armario, alg?n canastillo con algunos pedazos de pan que de la mesa sobran; que me parece a m? que aunque dello no me aprovechara, con la vista dello me consolara. Solamente hab?a una horca de cebollas, y tras la llave en una c?mara en lo alto de la casa. Destas ten?a yo de raci?n una para cada cuatro d?as; y cuando le ped?a la llave para ir por ella, si alguno estaba presente, echaba mano al falsopecto y con gran continencia la desataba y me la daba diciendo: "Toma, y vu?lvela luego, y no hag?is sino golosinar", como si debajo della estuvieran todas las conservas de Valencia, con no haber en la dicha c?mara, como dije, maldita la otra cosa que las cebollas colgadas de un clavo, las cuales ?l ten?a tan bien por cuenta, que si por malos de mis pecados me desmandara a m?s de mi tasa, me costara caro. Finalmente, yo me finaba de hambre. Pues, ya que conmigo ten?a poca caridad, consigo usaba m?s. Cinco blancas de carne era su ordinario para comer y cenar. Verdad es que part?a comigo del caldo, que de la carne, ?tan blanco el ojo!, sino un poco de pan, y ?pluguiera a Dios que me demediara! Los s?bados c?mense en esta tierra cabezas de carnero, y envi?bame por una que costaba tres maraved?s. Aqu?lla le coc?a y com?a los ojos y la lengua y el cogote y sesos y la carne que en las quijadas ten?a, y d?bame todos los huesos ro?dos, y d?bamelos en el plato, diciendo:

"Toma, come, triunfa, que para ti es el mundo. Mejor vida tienes que el Papa."

"?Tal te la d? Dios!", dec?a yo paso entre m?.

A cabo de tres semanas que estuve con ?l, vine a tanta flaqueza que no me pod?a tener en las piernas de pura hambre. Vime claramente ir a la sepultura, si Dios y mi saber no me remediaran. Para usar de mis ma?as no ten?a aparejo, por no tener en qu? dalle salto; y aunque algo hubiera, no podia cegalle, como hac?a al que Dios perdone, si de aquella calabazada feneci?, que todav?a, aunque astuto, con faltalle aquel preciado sentido no me sent?a; m?s estotro, ninguno hay que tan aguda vista tuviese como ?l ten?a. Cuando al ofertorio est?bamos, ninguna blanca en la concha ca?a que no era d?l registrada: el un ojo ten?a en la gente y el otro en mis manos. Bail?banle los ojos en el caxco como si fueran de azogue. Cuantas blancas ofrec?an ten?a por cuenta; y acabado el ofrecer, luego me quitaba la concheta y la pon?a sobre el altar. No era yo se?or de asirle una blanca todo el tiempo que con ?l vev? o, por mejor decir, mor?. De la taberna nunca le traje una blanca de vino, mas aquel poco que de la ofrenda hab?a metido en su arcaz compasaba de tal forma que le turaba toda la semana, y por ocultar su gran mezquindad dec?ame:

"Mira, mozo, los sacerdotes han de ser muy templados en su comer y beber, y por esto yo no me desmando como otros."

Mas el lacerado ment?a falsamente, porque en cofrad?as y mortuorios que rezamos, a costa ajena com?a como lobo y beb?a m?s que un saludador. Y porque dije de mortuorios, Dios me perdone, que jam?s fui enemigo de la naturaleza humana sino entonces, y esto era porque com?amos bien y me hartaban. Deseaba y aun rogaba a Dios que cada d?a matase el suyo. Y cuando d?bamos sacramento a los enfermos, especialmente la extrema unci?n, como manda el cl?rigo rezar a los que est?n all?, yo cierto no era el postrero de la oracion, y con todo mi coraz?n y buena voluntad rogaba al Se?or, no que la echase a la parte que m?s servido fuese, como se suele decir, mas que le llevase de aqueste mundo. Y cuando alguno de ?stos escapaba, ?Dios me lo perdone!, que mil veces le daba al diablo, y el que se mor?a otras tantas bendiciones llevaba de m? dichas. Porque en todo el tiempo que all? estuve, que ser?a cuasi seis meses, solas veinte personas fallecieron, y ?stas bien creo que las mat? yo o, por mejor decir, murieron a mi recuesta; porque viendo el Se?or mi rabiosa y continua muerte, pienso que holgaba de matarlos por darme a m? vida. Mas de lo que al presente padec?a, remedio no hallaba, que si el d?a que enterr?bamos yo viv?a, los d?as que no hab?a muerto, por quedar bien vezado de la hartura, tornando a mi cuotidiana hambre, m?s lo sent?a. De manera que en nada hallaba descanso, salvo en la muerte, que yo tambi?n para m? como para los otros deseaba algunas veces; mas no la v?a, aunque estaba siempre en m?.

Pens? muchas veces irme de aquel mezquino amo, mas por dos cosas lo dejaba: la primera, por no me atrever a mis piernas, por temer de la flaqueza que de pura hambre me ven?a; y la otra, consideraba y decia:

"Yo he tenido dos amos: el primero tra?ame muerto de hambre y, dej?ndole, top? con estotro, que me tiene ya con ella en la sepultura. Pues si deste desisto y doy en otro m?s bajo, ?qu? ser? sino fenecer?"

Con esto no me osaba menear, porque ten?a por fe que todos los grados hab?a de hallar m?s ruines; y a abajar otro punto, no sonara L?zaro ni se oyera en el mundo.

Pues, estando en tal aflici?n, cual plega al Se?or librar della a todo fiel cristiano, y sin saber darme consejo, vi?ndome ir de mal en peor, un d?a que el cuitado ruin y lacerado de mi amo hab?a ido fuera del lugar, lleg?se acaso a mi puerta un calderero, el cual yo creo que fue ?ngel enviado a m? por la mano de Dios en aquel h?bito. Pregunt?me si ten?a algo que adobar.

"En m? ten?ades bien que hacer, y no har?ades poco si me remedi?sedes", dije paso, que no me oy?; mas como no era tiempo de gastarlo en decir gracias, alumbrado por el Sp?ritu Santo, le dije:

"Tio, una llave de este arca he perdido, y temo mi se?or me azote. Por vuestra vida, ve?is si en ?sas que tra?is hay alguna que le haga, que yo os lo pagar?."

Comenz? a probar el ang?lico caldedero una y otra de un gran sartal que dellas tra?a, y yo ayudalle con mis flacas oraciones. Cuando no me cato, veo en figura de panes, como dicen, la cara de Dios dentro del arcaz; y, abierto, d?jele:

"Yo no tengo dineros que os dar por la llave, mas tomad de ah? el pago."

?l tom? un bodigo de aqu?llos, el que mejor le pareci?, y d?ndome mi llave se fue muy contento, dej?ndome m?s a m?. Mas no toqu? en nada por el presente, porque no fuese la falta sentida, y aun, porque me vi de tanto bien se?or, pareci?me que la hambre no se me osaba allegar. Vino el m?sero de mi amo, y quiso Dios no mir? en la oblada que el ?ngel hab?a llevado.

Y otro d?a, en saliendo de casa, abro mi para?so panal, y tomo entre las manos y dientes un bodigo, y en dos credos le hice invisible, no se me olvidando el arca abierta; y comienzo a barrer la casa con mucha alegr?a, pareci?ndome con aquel remedio remediar dende en adelante la triste vida. Y as? estuve con ello aquel d?a y otro gozoso. Mas no estaba en mi dicha que me durase mucho aquel descanso, porque luego al tercero d?a me vino la terciana derecha, y fue que veo a deshora al que me mataba de hambre sobre nuestro arcaz volviendo y revolviendo, contando y tornando a contar los panes.

Yo disimulaba, y en mi secreta oraci?n y devociones y plegarias dec?a: "?Sant Juan y ci?gale!"

Despu?s que estuvo un gran rato echando la cuenta, por d?as y dedos contando, dijo:

"Si no tuviera a tan buen recaudo esta arca, yo dijera que me hab?an tomado della panes; pero de hoy m?s, s?lo por cerrar la puerta a la sospecha, quiero tener buena cuenta con ellos: nueve quedan y un pedazo."

"?Nuevas malas te d? Dios!", dijo yo entre m?.

Pareci?me con lo que dijo pasarme el coraz?n con saeta de montero, y comenz?me el est?mago a escarbar de hambre, vi?ndose puesto en la dieta pasada. Fue fuera de casa; yo, por consolarme, abro el arca, y como vi el pan, comenc?lo de adorar, no osando recebillo. Cont?los, si a dicha el lacerado se errara, y hall? su cuenta m?s verdadera que yo quisiera. Lo m?s que yo pude hacer fue dar en ellos mil besos y, lo m?s delicado que yo pude, del partido part? un poco al pelo que ?l estaba; y con aqu?l pas? aquel d?a, no tan alegre como el pasado.

Mas como la hambre creciese, mayormente que ten?a el est?mago hecho a m?s pan aquellos dos o tres d?as ya dichos, mor?a mala muerte; tanto, que otra cosa no hac?a en vi?ndome solo sino abrir y cerrar el arca y contemplar en aquella cara de Dios, que ans? dicen los ni?os. Mas el mesmo Dios, que socorre a los afligidos, vi?ndome en tal estrecho, trujo a mi memoria un peque?o remedio; que, considerando entre m?, dije:

"Este arquet?n es viejo y grande y roto por algunas partes, aunque peque?os agujeros. Pu?dese pensar que ratones, entrando en ?l, hacen da?o a este pan. Sacarlo entero no es cosa conveniente, porque ver? la falta el que en tanta me hace vivir. Esto bien se sufre."

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